Por: Angie Rosero Ojeda

En el año 2016 me vine a vivir a Barcelona para cursar mis estudios de maestría. En ese momento de mi vida, pensaba en la idea de que vivir  en Europa iba de la mano de una sociedad menos machista, una sociedad con otro tipo de pensamiento. Sin embargo, luego de estos años, la vida me ha enseñado que los retos de crecimiento social pueden, de alguna manera -contrario a lo que mucha gente podría creer-, ser los mismos que hay en Latinoamérica, de este lado del mundo.

En una de mis primeras noches en Barcelona, salí a una cena de integración de la residencia Universitaria en la que viví cuando estaba recién llegada a la ciudad. Esa noche, sobre las tres de la madrugada, decidí, junto con tres personas más, una pareja ecuatoriana y una chica española, ir a descansar. Éramos tres mujeres y un hombre, caminando en medio de la noche por las calles. Tres de nosotros estábamos intranquilos, con miedo y solo la chica española, se veía confiada. Nos preguntó que porqué íbamos tan nerviosos. Traíamos esa sensación de inseguridad y peligrosidad que se vive tan naturalmente en nuestros países latinoamericanos. Nos dijo que estuviéramos tranquilos, solo serían 10 minutos de camino y estábamos fuera de peligro ya que “esas cosas aquí no pasan”.

Volvimos a la residencia más tranquilos. A la mañana siguiente al lado de un contenedor de basura unas personas de la residencia encontraron a una chica medio desnuda y llena de sangre, que acababa de ser violada un par de horas después de que yo llegase, junto con mis nuevos amigos, a descansar.

En ese momento, salí otra vez de la burbuja. Entendí que los retos que tenemos, en términos de equidad de género, los tenemos a nivel mundial. A partir de ese momento, volví a mi modo original de “no dar papaya”, un concepto que se ha interiorizado tanto en nuestro cotidiano vivir, que nos parece lo lógico, aunque no lo sea, especialmente si somos mujeres. 

El miedo, se ha vuelto nuestro sentimiento más común. El miedo a caminar solas en las noches, a no poder volver sin compañía. Miedo a ser violentada a plena luz del día y no solo en la oscuridad. 

Está en nuestras manos entregar a las generaciones futuras las herramientas necesarias para que el miedo deje de ser un lugar común. Para que nuestros hijos/hijas, sobrinos y ahijados puedan vivir en un mundo transformado en positivo, donde el ser mujer no suponga estar en constante riesgo en las calles, y sentirse continuamente amenazada, y en donde el ser hombre no consista en aparentar constantemente ser fuerte y no determine que debes ocultar tus sentimientos para no parecer débil.

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